Patricia Urquiola: "Forzarse de joven ayuda en la madurez"


Patricia Urquiola entra como un torbellino en el showroom de B&B Italia en Via Durini repartiendo besos y sonrisas. Empieza la semana del mueble de Milán, y la diseñadora asturiana, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2010, es una de las más reclamadas. Presenta productos para trece firmas y participa en varias exposiciones, incluida una de trabajos en vidrio, su primera incursión en este campo. Viste de manera informal y luce el pelo rubio atado con una sencilla coleta, apenas va maquillada, pero pide ver las fotos que le ha tomado el fotógrafo y repetirlas si es preciso.
Directa y decidida, suelta a la periodista: “¿Ya ha probado los asientos? (se refiere a la butaca Husk). Tiene que probarla; para que podamos hablar, tiene que sentirla primero. Estoy pensando en algo para el reposacabezas, que le dé más consistencia sin que sea rígido, quiero que sea amoroso. Ah, y además será un producto con un buen precio”. La creatividad no está reñida con el espíritu comercial, y Patricia Urquiola tiene mucho de ambos. La diseñadora asturiana es una máquina de generar ideas que no pierde el compás de lo que se mueve a su alrededor. “A ver, pregunte, he decidido que hoy voy a mentir”, y despliega una sonrisa radiante.
Gracias por avisar. ¿Miente mucho?
No, en absoluto, pero es que a veces me dan unas ganas… Corren entrevistas por ahí que no sé de dónde han salido. Pero lo peor, lo peor, son los vídeos. Son como una plaga. Te reconocen y se ponen a grabar en tu cara. No te atreves ni a ir al baño, ¡Te siguen! Todo el mundo está graba que te graba.

No es usted muy amante de la tecnología… Su página web, por ejemplo, no tiene contenidos.
Quiero ser yo quien controle la tecnología, no que ella me controle a mí. Quien quiera buscarme ya sabrá encontrarme. Y tampoco me interesa que me encuentre según quién. Los últimos diez años han sido muy intensos, de consolidar caminos, ya habrá tiempo de desarrollar la web. No quiero que sea un archivo de piezas, quiero que sea algo especial.
En diez años ha conseguido trabajar para las mejores compañías, firma el interiorismo de dos hoteles, ha construido casas –entre ellas, la de Patricia Moroso–, diseñó la escenografía de una ópera en Oviedo... Todo en un tiempo récord.
No crea, ha sido un proceso largo. Pero en estos últimos diez años toda la experiencia que he ido acumulando ha cristalizado. He abierto estudio propio, tengo una nueva pareja, he tenido otra hija. Y todo ello son experiencias que me han madurado y se reflejan en mi trabajo.
¿Para diseñar contemporáneo hay que poner un ojo en la tradición?
Me encantan los objetos con tradición. Una vez, el chef Ferran Adrià me dijo: “Patricia, la memoria lo es todo”. Y para mí la memoria es importantísima. Yo parto de la memoria para crear, pero repienso los objetos buscando nuevos caminos, como usar el punto de lana para una alfombra, es decir, vestir la casa igual que me visto yo. Ahora estoy fascinada por las sillas Windsor, esas que tienen un respaldo en forma de peineta. Es una tipología que no tiene que ver con mi memoria industrial, son muy artesanales y me gusta haber encontrado el camino para repensarlas industrialmente.
¿Cómo fue su infancia?
Crecí en una familia burguesa de Oviedo donde fluían mucho la comunicación y las ideas. Mi padre, de origen vasco, es ingeniero y un ser muy sensible, así que el tópico de que la sensibilidad es un atributo femenino no es cierto. Él es tan sensible o más que mi madre, filósofa y de Oviedo. Y estaban las abuelas, las tías. No era un matriarcado, pero sí que fluía la comunicación al modo femenino. Y estoy en medio de tres hermanos, así que he jugado mucho con ellos de pequeña; eso al final se acaba reflejando en mi trabajo.
En su familia no había antecedentes de arquitectos…
No. Elegí una carrera que no se estudiaba en Oviedo. Sentí que tenía que salir de casa. Pero no me malinterprete, no era para nada una huida, adoro a mi familia, sino la necesidad de volar sola. Sentí que para crear tenía que independizarme. Siempre he hecho lo contrario de lo que me han dicho que tenía que hacer.
Lo tenía claro desde muy joven...
He ido creando bases de manera intuitiva. Cuando te fuerzas de joven, eso te ayuda en la madurez. Hay que forjar la personalidad incluso en los fracasos.
¿Esa disciplina la adquirió en Milán?
Viajé a Milán para acabar mis estudios que había hecho en Madrid y no me los convalidaron, así que tuve que empezar casi de cero. Llegué en un momento de gran efervescencia. Y me topé con los mejores diseñadores. Allí descubrí el diseño, que en España era casi desconocido, con lo que estudié dos carreras.
Uno de sus mentores fue el gran Achile Castiglione.
Sí, me pegué como una lapa a él para aprender al máximo, en el Politécnico de Milán. De Castiglione aprendí el método de la síntesis, a afrontar los proyectos con nuevas tecnologías y un lenguaje muy sintético. Y luego trabajé con Vicco Magistretti seis años. Él es la viva imagen de la elegancia moderna... Tuve la suerte de empezar con los mejores.
Castiglione dirigió su tesis doctoral.
¿De qué trataba?
El proyecto de fin de carrera era una especie de alfombra cableada, para controlar toda la tecnología de la casa, la iluminación, los electrodomésticos. Les asustaba mucho, porque yo echaba agua encima para demostrar que era segura, ja ja ja, y me reñían. La tuve muchos años en el sótano de casa, pero una inundación la destrozó, lo que son las paradojas…
Entonces, abandonó la arquitectura por el diseño.
No, para nada. Yo sigo siendo arquitecta, y eso me da una visión técnica que marca mi trabajo, creo que me hace más rigurosa.
¿Y cómo se mueve en un mundo fundamentalmente masculino?
Creo que ser mujer me ha ayudado en mi trabajo, porque las empresas ven que tengo una cierta sensibilidad, pero que a la vez puedo ser muy rigurosa. Además, las mujeres tenemos más capacidad para manejarnos con habilidad en varios registros a la vez. Eso nos hace creíbles. Y me he preparado a fondo para comprender los procesos industriales, y si controlas el proceso, convences. Pero no basta con el talento, tienes que convencer a la compañía, a los técnicos, a los comerciales. Es una gran responsabilidad.
Y aun así, su estilo es marcadamente femenino.
Otra de las ventajas de ser mujer. Creo que los hombres son más rígidos, más fieles a un estilo, a su mundo. Yo improviso. Me inspiro en la vida cotidiana, en las piezas más insospechadas, siempre con ironía, y, a lo mejor por ser mujer, nadie se escandaliza.
¿Qué ha cambiado la crisis económica en su sector?
Tal vez en que, en temas polémicos, las empresas te escuchan más, como en el uso de pocos materiales o en simplificar los procesos de producción. La solución siempre depende de ti más de lo que crees, y tienes que hacerte escuchar.
Usted tiene dos hijas, de 16 y 5 años. ¿Cómo se organiza, viajando tanto?
Hay mujeres que son más artistas que yo en esto. Mujeres que tienen trabajos precarios y poco dinero, que no tienen ayuda externa. Eso sí que tiene mérito. Para mí, el trabajo es placer, y las imperfecciones que hay en mi vida tengo que aceptarlas, por que si no me volvería una histérica.
¿Qué valores trata de transmitirles?
A mis hijas les digo lo que no hay que hacer, pero también les digo: haced lo que os dé la gana. Tengo la fortuna de poder viajar mucho. Cuando podemos, llevamos a las niñas con nosotros. Estuvimos hace poco en India con mi hija mayor. Y pudimos ver las dos realidades: un hospital en una zona muy pobre de Bangalore y la casa más cara del mundo en Bombay. Giulia, con 16 años, puede dar valor a las cosas y aprender de estas experiencias. Es importante dar ejemplo a los hijos. Hacerles ver que nuestro trabajo es una pasión y que, aunque no estemos tanto con ellos, es mejor que estar 365 días al año juntos y vivir insatisfechos.
Hace unos años, en este mismo Magazine, usted explicaba que estaba pensando en construir su propia casa. ¿Lo ha hecho ya?
No, todavía no, no he tenido tiempo. Pero sigo pensando que será una casa con estudio, a la manera de la típica bottega (tienda taller). Quiero eliminar los espacios muertos, estar trabajando y poder subir a ver a mis hijas al piso de arriba si están enfermas. Sigo viviendo en mi piso de estudiante, el que tenía hace 15 años. Se está quedando pequeño, pero hay que hacer ejercicios de naturalidad y convivir con lo que tienes. Eso es también bueno que lo aprendan los niños.
¿No hay demasiados objetos?
Hay demasiados seres humanos. Y cada uno de ellos tiene sus necesidades. En cuanto a la responsabilidad de poner en el mundo más objetos, asumo la mía, no la de los otros. Yo amo todos los pilares del diseño: el concepto, el prototipo, la industrialización, la comercialización. Y cuando amas la producción en serie hay que comercializarlo, porque no somos artistas. Luego, cada uno debe saber cuáles son sus equilibrios. El mercado facilita la libertad de elección, pero hay que saber moverse en la complejidad. Y yo, la verdad, no tengo las armas para descomplejar, habrá que aprender a moverse.
¿Qué es lo que convierte un diseño en intem­poral?
Los objetos tienen que tener capacidad de durabilidad. Por ejemplo, los muebles que perduran en la familia son intemporales y sostenibles, como esa cómoda o esa mecedora de la abuela. Y perviven porque son útiles y transmiten valores y recuerdos. Es la memoria emocional que cada uno debe construirse. Cuando vemos, por ejemplo, a la burguesía china, o a otras de Asia, pensamos que son gregarios. Pero ese prejuicio tiene que desvanecerse; hay una individualización fortísima, porque ellos también tienen su propia memoria emocional.
Cuando se piensa en made in Italy lo primero que viene a la cabeza es que es un diseño caro.
Hay muchas marcas italianas que no son caras, como las que trabajan el plástico. Creo que es importante que defiendan su tradición artesana y su industria local, y eso no es barato.
¿Qué opina del low cost?
Necesitamos empresas como Ikea, que democratiza el producto, igual que necesitamos el low cost en los viajes. Pero también necesitamos empresas que trabajen sobre la calidad. Todo ello debe convivir.
¿Sigue la política italiana?
En España hay una crisis económica fortísima, pero Italia, además, está pasando por una crisis cultural importante. Ha habido unos años muy florecientes, sobre todo en el norte de Italia, en los que todo parecía fácil, y tanta facilidad llevó a la relajación, y eso crea un problema de falta de cultura del esfuerzo, de pérdida de referentes culturales, aunque ya empiezan a ser conscientes de que deben espabilar.
¿Y no ha pensado en volver a España?
Italia me ha dado tanto que, justamente porque está pasando una crisis, creo que debo quedarme aquí.
¿No añora su país?
De Asturias echo de menos las montañas y el Atlántico, ese mar bravo. Cuando de pequeña tenía algún disgusto, algún mal momento, me sentaba en la playa y todo se pasaba. La Lombardía es muy plana. Soy más del Atlántico que del Mediterráneo. Por suerte, en mi familia hay una regla: al menos dos veces al año, en verano y en Navidad, nos reunimos todos en Asturias. Y le diré algo curioso: la primera y la segunda generación hablamos en castellano, aunque algunos cuñados son extranjeros, pero los primos ya hablan entre ellos en inglés, porque muchos han estudiado fuera. Es un curioso guirigay. Es uno de los aspectos de la complejidad del mundo actual.
¿Qué es para usted el lujo?
El lujo es la memoria. No tengo espíritu de coleccionista, para eso están las galerías, que son espacios públicos. El lujo, como momento, es cuando entras en una galería o museo y aciertas, porque has visto algo que se te ha quedado impreso en la memoria.
¿Cómo casan sus diseños con la
ecología, un concepto que cada día es más utilizado como argumento de venta, a veces con poca o ninguna razón?
El objeto ha de tener calidad, por lo tanto, durará más y no se necesitará cambiarlos a menudo. La necesidad de ser sostenibles nos ayuda a comprender la complejidad del mundo.
Usted ha empezado a hacer diseños en cristal, una producción limitada muy experimental.
Sí, y ha sido un proceso muy interesante que me ha permitido trabajar el concepto de la reutilización. Yo quería reaprovechar todo el vidrio que sobraba tras elaborar las piezas sopladas en Murano, y los artesanos me decían que era imposible, porque sería muy frágil, pero lo conseguimos. También he trabajado con mármol, un material que no me decía nada, porque lo veía demasiado rígido, demasiado hecho, pero que me ha sorprendido. Lo he convertido en una celosía transparente.
¿Cuán do sabe que ha acertado con una idea?
Al cabo de los años, cuando llegan al público. El diseño, aunque no lo parezca, es un proceso largo, no es como la moda, que va de seis en seis meses. A veces no lo sabes hasta el cabo de algún tiempo. El primer paso para saber si voy en la buena dirección es tal vez cuando veo que la gente toca mis diseños. Si sólo se limitan a arremolinarse alrededor y a mirarlos, es una tragedia. De todo modos, es difícil pensar en el cliente final. El único cliente que conozco somos mis amigos y yo.
¿Qué es más difícil, diseñar o dirigir un equipo humano?
En mi estudio somos 30 personas, la mayoría arquitectos, tres diseñadores y un prototipista. No queremos una estructura demasiado grande, por eso necesitamos organizar muy bien los equipos de trabajo. Mi marido, Alberto Zontone, es quien se ocupa de eso. Es economista y el mánager de la compañía. Yo intento transmitir que podemos trabajar en variedad de registros y sacar provecho de la capacidad femenina de pasar de lo general a lo particular.

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